Fe que empodera: cómo caminar con propósito en Dios

En 1944, una joven llamada Corrie ten Boom fue arrestada por esconder judíos en su casa durante el régimen nazi. Pasó meses en un campo de concentración, donde enfrentó dolor, hambre y muerte. Pero lo más asombroso no fue su resistencia física, sino la fe que empodera que la sostuvo. En sus memorias, El Refugio Secreto, Corrie relata cómo, aún en medio del horror, experimentó una paz inexplicable, una dirección interna que la mantuvo firme cuando todo alrededor se derrumbaba.

Hoy, aunque no enfrentemos campos de concentración, muchos caminan sin rumbo, sin propósito claro. En una cultura que idolatra la autosuficiencia, hablar de fe suena anticuado. Pero quizás lo que más necesitamos no es más control, sino más confianza. Esta es una invitación a redescubrir esa fe que empodera, no como refugio débil, sino como fuerza transformadora.

La fe no es evasión, es acción

A menudo se cree que la fe es pasiva: esperar que “Dios se encargue”. Nada más lejos de la verdad. En Hebreos 11, conocido como el “Salón de la Fe”, todos los personajes actuaron: Abraham salió sin saber a dónde iba, Moisés desafió a Faraón, Rahab escondió a los espías. La fe que empodera impulsa al movimiento, al riesgo con propósito. Como señala Paul Tillich, teólogo existencialista, “la fe es la dinámica que mueve el alma hacia lo que considera último” (Dynamics of Faith, 1957). Si tu fe no te mueve, tal vez sea solo creencia.

Propósito más allá del ego

Mucho se habla del “propósito de vida” como si fuera una conquista personal. Pero la fe que empodera redefine propósito no como autorrealización, sino como obediencia a una misión mayor. Jesús no buscó el éxito humano, sino cumplir la voluntad del Padre. Esta perspectiva, aunque incómoda, libera: ya no tienes que inventarte a ti mismo desde cero. Rick Warren, en Una vida con propósito, lo expresa así: “No fuiste creado para ti mismo. Fuiste hecho por Dios y para Dios”. Sin esa claridad, el alma navega sin norte.

La fortaleza del que no camina solo

Uno de los efectos más transformadores de la fe cristiana es la conciencia de no caminar solo. La fe que empodera nos recuerda que hay una Presencia constante, incluso en el silencio. Viktor Frankl, psiquiatra judío que sobrevivió a Auschwitz, escribió que quienes tenían un “para qué vivir” soportaban casi cualquier “cómo” (El hombre en busca de sentido, 1946). Esa fe —que no siempre grita, pero nunca abandona— permite resistir, crecer y servir en medio de la debilidad.

Conclusión

La fe que empodera no es sentimentalismo, ni superstición: es una convicción profunda que transforma la forma en que enfrentamos la vida. Es el motor que impulsa al justo a caminar, aún cuando no ve el camino. En tiempos donde todo parece tambalearse, no hay mayor revolución que creer. Y caminar con Dios, aunque no sea fácil, es el único camino que realmente lleva a casa.

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